
Por la Dra. Marisa P. Braylan
Prólogo
Dr. Leonardo Gabriel Bloise.
En lo personal es un honor formar parte del Instituto de Derecho Social y del Trabajo. En esta singular ocasión nos convoca la presentación de la página digital del Instituto, por lo que, a modo de celebración, hemos decidido solicitar a tres destacados referentes de este espacio que nos brinden sus reflexiones.
Es un privilegio ser una de las primeras personas que da con la lectura de los aportes de los
Dres. Marisa Braylan (Directora del Centro de Estudios Sociales de la DAIA), Ricardo Guibourg (ilustre filósofo del derecho y catedrático) y Héctor García (destacado jurista y actual presidente de la Asociación Argentina de Derecho del Trabajo).
En representación del Instituto de Derecho Social y del Trabajo agradezco especialmente las opiniones expuestas por estas destacadas personalidades, e invitamos a todos quienes visitan esta página para que disfruten del comienzo de la actividad académica de este sitio con la lectura de estos artículos.
Leonardo Gabriel Bloise
Secretario IDSyT
“La discriminación es un acto de violencia”
Dra. Marisa P. Braylan
“El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos.
Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es riesgosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio”.
(Calvino Italo, La citá invisibili, Einaudi, Turín, 1972).
La discriminación es un acto de violencia. Atenta contra el ejercicio de todos los derechos al debilitarlos con su fuerza desestabilizadora.
Cuestiona al pacto social al ponderar jerarquías absurdas entre las personas alejándolas del paraguas protector de garantías.
El derecho a la igualdad, pilar que otorga solidez a la dinámica de la democracia y a sus múltiples resortes de sostén, se ve asediado toda vez que el racismo, en forma explícita o, utilizando sus variados disfraces, irrumpe en los vínculos sociales y se adueña de la “verdad”, minando los circuitos de fluidez de los lazos que tejen lo colectivo.
Los contornos de la ciudadanía se han dibujado siempre por exclusión. Los mitos fundantes de los Estados Nación se sirvieron de estos mecanismos para construir la narración de la identidad. Ser en función de lo que no se es. El camino fue sinuoso y marcado por el ritmo de las coyunturas y abordado por discursos legitimantes de políticas y de modos de convivencia.
De manera ilustrativa se podrían identificar en la historia de la Argentina, tres grandes paradigmas:
.La impronta inquisitorial proveniente del Virreynato del Río de La Plata que consideraba inferiores y pecaminosos a quienes no se correspondían con los parámetros del bien y del mal impuestos.
– El concepto de “Crisol de razas” en el que las élites ilustradas de las que surge el proyecto de nación interpretaron ese ideal en términos de “civilización o barbarie”, forzando una homogeneidad identitaria. Consistió en la conjunción de tres tendencias: una política conservadora, una herencia de economía colonial y desde lo social la idea de “aluvión”: metáforas “zoológicas” para referirse a seres humanos. Asimismo, la palabra “raza”, es un término que ya no se utiliza para referirse a las personas. En todo caso se trata de grupos étnicos.
-La idea de la diversidad que propone la recuperación de los particularismos para enriquecer el entramado social porque la alteridad es el ejercicio central de la democracia que implica inclusión y paz social.
Si bien parecieran superadoras las instancias antes mencionadas, provenientes de la ignorancia, de la irresponsable repetición abúlica o bien, de la calculada pseudo teoría “científica”, los discursos de la estigmatización negadora y expulsiva de los “bárbaros” de todos los tiempos, no se hallan ausentes en nuestro país.
La construcción de las miradas que encasillan y clausuran la posibilidad de lo diverso, se asumen desde un “nosotros” que vale la pena interpelar: ¿quién lo compone?, ¿cuál es su origen? ¿producto de qué relato son portavoz?, ¿quiénes serían, entonces, los “otros”? El sentido de lo propio y lo nacional, está atravesado por variadas identidades que conforman una trama que no aspira a demostrar signos de unicidad ni de pureza. De ahí la dificultad y el peligro en hallar respuestas taxativas a tales interrogantes.
Resultó cara a la humanidad y siempre en formato de tragedia, la inclinación a embarcarse en ese plan, que persiste, incluso hoy, en ofrecer falaces soluciones a los conflictos de convivencia, suponiendo que el desprecio, el arrinconamiento, la ausencia de oportunidades y, la eliminación sin más del grupo segregado, devolverá la tan ansiada “seguridad”.
La experiencia nos demuestra que, lejos de “limarse las asperezas”, los efectos traumáticos de programas de exterminio, todos resultados del prejuicio, sobreviven a las generaciones y destruyen las capacidades de recuperación, con serias dificultades a la hora de asumir el ejercicio pleno y comprometido de una ciudadanía pluralista y responsable. Esas sociedades, se sumen en una inmadurez involutiva que oscurece la reacción atinada y la intervención ajustada, sensible a la prevención de la llegada del golpe que caerá, inexorablemente, sobre la próxima víctima de ocasión.
En la obra “Tiempos líquidos”, sostiene el sociólogo Zygmunt Bauman, nuestra contemporaneidad no ofrece reglas de juego estables y duraderas, se ha” derretido” el impacto simbólico del acuerdo pactado como sociedad, generando incertidumbre, angustia, miedo y una sobre exaltación de las actitudes competitivas. Así, los fundamentos de la capacidad empática se socavan y los individuos quedan expuestos a la más absoluta vulnerabilidad. En ese abismo existencial, se cuela la intolerancia y el prejuicio.
El desafío de las instituciones que, como la DAIA, velan por la protección de los Derechos Humanos, tienen como prioridad ese desafío: devolver cierta dosis de solidez, previsibilidad, capacidad para ponerse en el lugar del otro, seguridad y, la recuperación de un sentido que ofrezca las condiciones mínimas y necesarias para reformular el horizonte común.
La diversidad asume esa cosmovisión batallando contra las formas sutiles y explícitas de la discriminación. La equidad y la idoneidad se constituyen así en su mapa de acción.
La propuesta entonces es intentar comprender que las naciones son el resultado de relatos construidos y aprendidos y que, los subproductos lingüísticos e identitarios que éstas implican, pueden desaprenderse para su transformación.
Intervenir, practicar un sentido crítico de lo que se nos impone como “real”, prestarle atención a lo que “nos hace ruido”, cotejar con experiencias vividas las generalizaciones y advertirlas como prejuicios, podrían instalar la posibilidad de un cambio actitudinal que predisponga en lo particular y en lo colectivo, a pacificar las relaciones sociales y a prevenir la violencia del desencuentro.
Nuestro desafío se impone en el disminuir las tensiones que existen entre las identidades en un mundo globalizado, con el firme convencimiento de que la indiferencia a los absolutismos y a las generalizaciones, nos vuelve responsables directos de su poder de desencadenamiento de tragedias descomunales.
* Abogada por la UBA, especializada en Derecho Internacional Público (1995). Formación Pedagógica de la Carrera Docente en esa Facultad. Profesora invitada de la Facultad de Ciencias de la Comunicación, Ciencia Política y Sociología de la UBA. Doctoranda en Ciencia Política de la UBA. Directora del Centro de Estudios Sociales (CES) de la DAIA (Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas) de 2006 a la fecha. Dirigió el grupo de investigación sobre “Legislación internacional comparada. Negacionismo del Holocausto en la Argentina”, programa de Acreditación Institucional de Proyectos de Investigación en Derecho (DeCyT) realizado conjuntamente por la DAIA y la UBA.
Marisa P. Braylan